Génesis de los Volúmenes Cósmicos

La perspectiva del volumen ofrece otra metáfora más para el acto creador, original y continuo de la materialización del espíritu y la creación de la forma. El antiquísimo mito de la creación procedente de Heliópolis, en Egipto, nos ofrece un ejemplo de ese tipo de enfoque. Nun, el “océano cósmico”, representa el espíritu-espacio puro, indiferenciado, sin límite ni forma. Es previo a cualquier extensión, especificidad o dios. Es pura potencialidad. Mediante la semilla o voluntad del creador, que está implícita en este Nun, el espacio indiferenciado es impelido a contraerse o coagularse en un volumen. Así, Atón, el creador, se crea primero a sí mismo o se distingue a sí mismo del indefinible Nun adquiriendo un volumen con el fin de que pueda iniciarse la creación.
¿Qué forma puede tener entonces este primer volumen? ¿Cuáles son realmente las formas volumétricas más esenciales? Hay cinco volúmenes que son considerados como los más esenciales por ser los únicos que tienen todas sus aristas y todos sus ángulos internos iguales. Son el tetraedro, el octaedro, el cubo, el dodecaedro y el icosaedro, y son las expresiones en volumen del triángulo, l cuadrado y el pentágono: 3, 4 y 5. Todos los demás volúmenes regulares son sólo troncos de estos cinco. Estos cinco sólidos reciben el nombre de “platónicos” porque presumimos que Platón tenía presentes esas formas en Timeo, el diálogo en que esboza una cosmología mediante la metáfora de la geometría plana y de los sólidos. En este diálogo, que es uno de los más profundamente “pitagóricos” de su obra, establece que los cuatro elementos básicos del mundo son la tierra, el aire, el fuego y el agua y que esos elementos están relacionados cada uno de ellos con una de las figuras sólidas. La tradición asocia el cubo con la tierra, el tetraedro con el fuego, el octaedro, con el aire y el icosaedro con el agua. Platón menciona cierta “quinta composición” utilizada por el creador en su formación del universo. Así pues, el dodecaedro vino a estar asociado con el quinto elemento, el éter (prana). Según Platón, el hacedor del universo creó el orden a partir del caos primordial de estos elementos por medio de las formas y números esenciales. El ordenamiento según número y forma en un plano superior culminó en la disposición deseada de los cinco elementos en el universo físico. Las formas y números esenciales actúan entonces como interconexión entre el reino superior y el inferior. Tienen en sí mismos, y a través de su analogía con los elementos, el poder de dar forma al mundo material.
Como indica Gordon Plummer en su libro The mathematics of the Cosmic Mind, la tradición hindú asocia el icosaedro con el Purusha. Purusha es la semilla-imagen de Brama, el propio creador supremo, y como tal esa imagen es el mapa o plano del universo. El Purusha es análogo al hombre cósmico, el antropocosmos de la tradición esotérica occidental. El icosaedro es la elección obvia de esa primera forma, ya que todos los demás volúmenes surgen naturalmente de él.
Los cinco poliedros regulares o sólidos platónicos eran conocidos y utilizados mucho antes de la época de Platón. Keith Critchlow, en su libro Time Stands Still, presenta una prueba elocuente de que eran conocidos por los pueblos neolíticos de Gran Bretaña al menos 1000 años antes de Platón. Se basa en la existencia de cierto número de piedras esféricas conservadas en el Ashmolean Museum de Oxford. Por su tamaño caben en la mano, y estaban talladas en una versión esférica de las precisas formas geométricas del cubo, el tetraedro, el octaedro, el icosaedro y el dodecaedro, así como varios sólidos compuestos semirregulares. Tales como el cubo-octaedro y el icosidodecaedro. Dice Critchlow: “Lo que tenemos son objetos que indican claramente un grado de dominio de las matemáticas que hasta la fecha todo arqueólogo o historiador matemático le había negado al hombre neolítico” Formula conjeturas sobre la posible relación entre estos objetos y la construcción de los grandes círculos de piedra astronómicos de la misma época en Gran Bretaña: “El estudio de los cielos es, a fin de cuentas, una actividad esférica, que requiere una comprensión de las coordenadas esféricas. Si los habitantes neolíticos de Escocia construyeron Maes Howe antes de que fuesen construidas las pirámides por los antiguos egipcios, ¿Por qué no habían de estudiar las leyes de las coordenadas tridimensionales? ¿Acaso no es sino una coincidencia que Platón, junto con Tolomeo, Kepler y Al-Kindi atribuyesen un significado cósmico a estas figuras?”
Por su parte, Lucie Lamy aporta en su libro sobre el sistema de medidas egipcio la prueba del conocimiento de los cinco sólidos por parte de los egipcios del Antiguo Imperio.

Extraído del capítulo X del Libro. “Mitos, Dioses, Misterios. Geometría Sagrada” de Robert Lawlor